No ha habido un momento de mi vida en el cual no haya estado rodeada de mujeres.
La primera, por supuesto, es mi mamá. No podría empezar esta historia sin tenerla a ella presente.
A ella le debo ser quién soy. Luchó mucho para que las dos saliéramos adelante, y lo logró. Mujer tenaz, divertida, trabajadora y mi apoyo incondicional. Ella es la razón de que tenga hoy en mi vida un batallón de mujeres inolvidables.
Las siguientes mujeres, son mis tías y mi abuela. Tías y abuela “por parte de Dios”, como me dijo alguien una vez.
Conviví con ellas un tiempo, y gracias a eso, aprendí muchas cosas. Todas tenían una personalidad muy marcada. Trabajadoras, independientes y, conmigo, muy amorosas, pero también trataban de educarme cada una a su manera.
Ellas se convirtieron en mi familia.
Con esas tías fui a cumpleaños y aprendí, entre muchas otras cosas que, en las piñatas, había que meterse la mayor cantidad de chuches y juguetes debajo del vestido. Con ellas también aprendí a levantarme muy temprano para ir a la playa. Esa era la manera de asegurarse el mejor sitio.
Esas tías, a su vez, tenían amigas a las cuales también llegué con el tiempo a decirle tías.
Aunque tenía gente de mi edad con quien estar, recuerdo esos paseos, viajes y gestiones con ellas con mucho amor. Me encantaba acompañarlas en sus quehaceres diarios.
Todo me parecía nuevo y divertido.
Después de esas tías maravillosas, llegaron las madres de mis amigas. Esas que me adoptaron como otra hija más, que compartían conmigo sus alegrías y sus tristezas.
Ellas también eran mujeres fuertes. Algunas habían pasado por situaciones muy duras, pero a pesar de eso, no decayeron jamás. Cada una aportó una enseñanza valiosa a mi vida, podría escribir páginas y páginas sobre cada una de ellas.
Tuve la suerte de viajar mucho y en cada uno de los países en los que estuve, encontré esa mujer bella, valiente, asertiva y amorosa, que me llenó de recuerdos imborrables y que me quiso como una más de la familia.
Quizá no se los dije en ese momento, pero es ahora cuando me doy cuenta de cuánto influyeron en mí. Las admiro profundamente, las extraño y las llevo en mi corazón.
No podría seguir sin hablar de mis amigas. Esas con las que crecí, con las que he compartido parte de mi vida, y con las que me voy encontrando por el camino.
Cada una es especial, ellas quizá no saben que yo las admiro desde la distancia. Esto de viajar y mudarse tiene el inconveniente de dejar trozos de corazón allí por donde pasas.
Todas me han dado lecciones, me han enseñado a quererlas como son. Nos hemos reído hasta llorar y hemos llorado hasta no tener más lágrimas. Me han hecho ver que tenerlas en mi vida es tener una suerte inmensa. Puede que en algún momento hayamos discutido y nos hayamos hecho daño, por falta u omisión, pero desde este rinconcito, quiero que sepan que las quiero.
Mi vida no sería la misma sin lo que ustedes me brindaron, su amistad sincera.
Varios países, varios idiomas, pero el cariño es el mismo.
No puedo terminar esto sin nombrar a las mujeres que me roban el corazón todos los días, mis hijas.
Desde que llegaron, me han enseñado que el amor de madre es incondicional y absoluto. Ellas hacen que quiera ser mejor persona. Me divierten, me enseñan y me enfadan al mismo tiempo, pero no las cambiaría por nada del mundo. Ellas son mi razón de ser y me dan las fuerzas necesarias para seguir mi camino. Junto a ellas nada es imposible.
Ser su madre es sentir que, cuando sonríen y son felices, no hay nada más perfecto.
Gracias por existir.
A todas esas mujeres, amigas, tías, primas; las de ayer y las de hoy, quiero decirles que siempre las recuerdo. La distancia no será óbice para que sigan siendo Las Mujeres de mi vida.